LAS MASCOTAS SE LEVANTARÁN COMO JUICIO CONTRA ESTA GENERACIÓN
Hay generación que maldice a su padre. Y a su madre no bendice. Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia. Hay generación cuyos ojos son altivos. Y cuyos párpados están levantados en alto. Hay generación cuyos dientes son espadas, y sus muelas cuchillos, Para devorar a los pobres de la tierra, y a los menesterosos de entre los hombres. Proverbios 30:11-14
Otro de los ataques contra la institución familiar en estos tiempos —ataques que provienen no solo de la redefinición de familia, que pretende concebirla más allá del vínculo sanguíneo, espiritual o humano, sino también de la distorsión que consiste en humanizar a las bestias o en bestializar a los hombres— es la confusión creciente que reina en la sociedad. Vivimos en medio de una colosal desorientación acerca de las estructuras que Dios estableció y de los afectos que deberían ordenarlas.
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Romanos 1:18-25
Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Génesis 2:18-24
LA FAMILIA SEGÚN EL DISEÑO DE DIOS
Bajo esta óptica torcida, muchos llegan a considerar a un animal como “parte de la familia”. Sin embargo, la Escritura es clara: Dios creó la familia como la unión de un varón y una mujer en pacto, de cuyo vínculo nacen los hijos, llamados herencia de Jehová (Gn. 1:27–28; Sal. 127:3). Una mascota, por más apego que genere, jamás podrá ocupar ese lugar esencial, ni podrá gozar de los derechos que pertenecen únicamente a los hijos o a cualquier otro miembro humano de la familia. No en una familia real, legítima y orientada conforme al designio de Dios.
La Escritura es clara: «He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre» (Sal. 127:3). Jamás una mascota será algo parecido a esa bendición. Pero la Biblia no se limita a hablar de los hijos como bendición, sino que muestra que toda la familia es un don de Dios. Los padres son presentados como corona y honra: «Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos sus padres» (Pr. 17:6). La madre fiel es motivo de alegría: «Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba» (Pr. 31:28). Los hermanos, aunque imperfectos, son regalo divino para el auxilio y la convivencia. Y aún con sus tensiones, la Escritura afirma que los amigos o vecinos son parte inseparable del plan de Dios: «Mejor es vecino cerca que hermano lejos» (Pr. 27:10); y aún: «En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia» (Pr. 17:17).
LOS ANIMALES EN SU LUGAR
Los animales nunca son partícipes de la dignidad ni del pacto dado únicamente a los hombres creados a la imagen de Dios (Gn. 1:26–27). Jesús mismo habló con firmeza: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (Mt. 15:26).
La bendición y la verdadera compañía provista por Dios se halla en la familia humana, no en las bestias. Así lo estableció el Señor desde el principio: cuando creó a Adán, le presentó los animales, y la conclusión fue clara: «Mas para Adán no se halló ayuda idónea para él» (Gn. 2:20). Ningún animal podía suplir la necesidad de comunión, afecto y propósito que solo otro ser humano, hecho a la imagen de Dios, podía brindar. Por eso Dios creó a la mujer, e instituyó la familia como la esfera natural de compañía, ayuda y bendición.
Los animales forman parte del orden de la creación, y en su lugar son útiles y buenos. La Biblia los ubica en otro orden: criaturas útiles (Pr. 12:10). También reconoce que alegran y adornan la vida del hombre: «¿Jugarás con él como con un pajarillo, o lo atarás para tus niñas?» (Job 41:5). Es decir, aún en la inocencia de los niños puede haber gozo y deleite en la belleza de las criaturas. Sin embargo, la misma Biblia muestra que esa utilidad y recreo jamás deben confundirse con los vínculos esenciales de amor, herencia y compañía que solo la familia humana puede proveer.
Los animales pueden ser ayuda en el trabajo, motivo de recreo y hasta instrumento de provisión, pero nunca reemplazo de un padre, de una madre, de un hermano o de un hijo; ni siquiera pueden ser considerados co-iguales ni necesarios en la vida afectiva familiar. Esa visión bíblica acerca de los animales no es un defecto en la sensibilidad o compasión, sino el diseño mismo de Dios para que la plenitud de afecto y compañía se halle únicamente en el ser humano, portador de Su imagen.
LAS EXCUSAS MÁS COMUNES
Las mascotas de esta generación se levantarán como juicio contra aquellos que afirmaron que “tener hijos es muy costoso”, que los hijos “son una gran responsabilidad”, y que las mascotas “dan mejor compañía que las personas”. Pero no solo la Biblia lo afirma, considerar una mascota como parte o miembro de una familia contradice la razón, el buen juicio y los dictados de la conciencia. ¿Ha considerado las excusas más recurrentes de “mejor tener una mascota que hijos”?
“Un hijo es costoso”. Una mascota también lo es, cada vez más, Crecientemente y a medida que avance en edad: vacunas, alimentación, cuidados; toda la industria “pet” confirma cuánto necesitaban las mascotas para vivir y no lo sabíamos.
“Un hijo requiere cuidado”. ¿Más que una mascota? Un hijo bien entrenado podrá bañarse, ir solo al inodoro, recoger desorden y ayudar en casa antes de los 4 años. Una mascota, aun luego de diez o quince años, siempre dependerá de su dueño: jamás cooperará en la vida familiar; hasta el final requerirá limpieza de sus desechos (a mano limpia) sin que nada aprenda a hacer por sí misma.
“No deseo que un hijo me limite, deseo pasear, conocer y ser libre”. ¿Y una mascota no lo hace? Muchas familias ahora ven truncados sus espacios de esparcimiento porque no saben con quién dejar su mascota. Estas mismas personas que no desean un hijo para poder viajar, ¡viajan con sus mascotas! Aeropuertos o terminales de bus dejan ver que sí es posible viajar en compañía de animales en sus cajas grandes, y ¿por qué no con la familia? ¡Cuánto cuidado requieren las mascotas!
“La educación de un hijo es costosa”. Y la “educación” de una mascota es más desagradecida, casi inútil y más costosa aún. Usted puede “educar” a una mascota y por mucho le enseñará a no ensuciar en algunos lugares y a hacer piruetas. Al final nada más de eso recibirá. La educación de un hijo, que es costosa en esfuerzo, energía y dinero, y sin embargo, es una inversión que enriquece a la sociedad y a la familia, y generalmente retribuirá a los padres. Entonces el costo es recompensado con creces. «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Pr. 22:6). Esta sentencia jamás se aplicará a un animal.
““La mascota da aún más compañía”. ¿Más que la de las personas que escuchan, hablan, aconsejan, aman, oran e instruyen? ¿Más que la comunión bendita de padres, hijos y hermanos, que Dios instituyó como compañía verdadera (Ec. 4:9-10)? Los hijos bien criados serán el sostén de la vejez de sus padres, obedeciendo al mandamiento divino: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex. 20:12; Ef. 6:2). En cambio, una mascota es y siempre será una carga, a la que incluso el anciano debe servir hasta su último día. Nunca aliviará, nunca aconsejará, nunca orará, nunca suplirá con palabras de verdad o afecto en la hora de la necesidad.
“Para qué traer hijos al mundo a sufrir”. Esa visión pesimista de la existencia se contradice en quienes, al tiempo que rechazan la bendición de los hijos, dicen amar a sus mascotas. Pues bien, si ese fuera el argumento, ¿por qué entonces traer mascotas al mundo para que también sufran? La incoherencia es evidente. Más aún, considere esto: si los hijos recibieran el mismo cuidado, inversión y dedicación que hoy se brinda a las mascotas, ciertamente no sufrirían tanto, sino que crecerían en un entorno de amor, compañía y provisión.
¿No es, más bien, la mascota un refugio de conveniencia, una manifestación de esa relación unidireccional en la que no se asume verdadera responsabilidad, sino una dependencia afectiva? Una relación que no demanda la entrega, la paciencia y el sacrificio que exige el trato con un hijo, un hermano, un padre o un prójimo real. La Escritura muestra que el amor verdadero hacia los seres humanos implica precisamente costo, servicio y entrega. Quien reemplaza esa dinámica de amor sacrificial con un vínculo unilateral hacia un animal, está rechazando en la práctica la bendición de Dios en la comunión humana.
UN TRASTORNO MORAL EVIDENTE
Sin embargo, vivimos en tiempos en los que muchos han trasladado al mundo animal lo que deberían cultivar en la familia y la iglesia. Hemos visto mascotas con nombres humanos, personas dialogando con ellas como si razonaran, médicos especializados en su salud, guarderías y hasta funerales para los animales. La industria “Pet” se ha convertido en un ídolo cultural: no solo provee alimentos, sino también ropa, juguetes, muebles, regalos, spas y hasta lujos que ni los hijos disfrutan en muchos hogares. Y mientras tanto, padres abandonados, ancianos olvidados y niños descuidados claman por la compañía y el cuidado que Dios ordenó al corazón humano.
Pero las mascotas no tienen culpa: son criaturas irracionales, “bestias brutas” creadas por Dios con su propio propósito. El hombre, portador de la imagen divina, es quien incurre en necedad al invertirles afecto y estatus que no les corresponden. Una mascota es una propiedad, puede alegrar y adornar el hogar, pero nunca debe ocupar el lugar que la Escritura reserva al ser humano. Jamás una mascota será un hijo, ni familia, jamás amará como una, jamás retribuirá como una. Si fuéramos verdaderamente humanos, cultivaríamos el amor y la dignidad del prójimo —la imagen de Dios— y no la falsa humanización de lo que por naturaleza nunca podrá parecerse a esa gloria.
Se dio la noticia de que, en un conjunto de apartamentos, los residentes han exigido un espacio más amplio y cómodo para sacar a sus mascotas a caminar y a hacer sus necesidades. Ciertamente, dada la cantidad de animales que existen, podría parecer una necesidad. Y sin embargo, ¡qué contradicción tan dolorosa! Ese mismo conjunto no cuenta con accesos adecuados para personas con discapacidad, ni con señalización para los invidentes, ni con espacios seguros para el niño o el anciano. Los lugares por donde transitan los humanos están descuidados y olvidados. Pero, ¡ah, las mascotas deben tener prioridad y un mejor lugar!
¿No trastornamos el orden de Dios cuando damos a los animales lo que negamos a los portadores de Su imagen? En el transporte público, por ejemplo, ¿no resulta absurdo que una persona deba ir de pie rumbo a su trabajo, a una cita médica, o a realizar una labor productiva, mientras una mascota ocupa el asiento? ¡Las mismas personas que trabajan y producen, terminan sirviendo a los caprichos de los animales! Eso es exactamente lo que vivimos: un trastorno moral donde lo accesorio desplaza lo esencial, y lo que es criatura auxiliar se exalta por encima de la dignidad de los hijos de Dios.
¿Qué pensar, entonces, de una generación que humaniza a las mascotas y deshumaniza al portador de la imagen de Dios? La Escritura sentencia: «Se entenebreció su necio corazón, profesando ser sabios se hicieron necios» (Ro. 1:21-22).
Por eso: Las mascotas se levantarán como juicio contra esta generación irracional.
~ J.E.C.D
Defensores de la Doctrina Bíblica Reformada (DDBR)
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