LA SUCESIÓN APOSTÓLICA NO ES SUCESION DE PERSONAS, SINO LA SUCESION EN LA DOCTRINA - JUAN CALVINO Y JUSTO GONZALEZ
LA IGLESIA SIGLO I Y II: LA SUCESIÓN APOSTÓLICA – JUSTO GONZALEZ
La sucesión apostólica no es una sucesión de personas, sino la sucesión en la doctrina - Juan Calvino
Hechos 2:42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones.
Judas 1:3 me ha sido necesario escribiros exhortándoos a que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.
2ª Pedro 1:19 Tenemos además la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien de estar atentos como a una lámpara que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.
Efesios 2:20-22 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados, para morada de Dios en el Espíritu.
LA IGLESIA SIGLO I Y II: LA SUCESIÓN APOSTÓLICA – JUSTO GONZALEZ
Nota: La sucesión apostólica son la doctrina de los apóstoles que está en la Sagrada Escritura, no son las sucesiones de persona como el papismo de roma.
Como hemos dicho anteriormente, el énfasis en la autoridad de los obispos y en la sucesión apostólica surgió durante el siglo segundo, como un modo de responder al reto de las herejías. Mientras la mayor parte de los cristianos venía de un trasfondo judío, el peligro de las herejías fue menor. Pero según fue aumentando el número de gentiles entre los cristianos, fue aumentando también la multiplicidad de doctrinas, y se fue haciendo necesaria la centralización de la autoridad.
En última instancia, sin embargo, el debate con los herejes se centraba en la cuestión de la autoridad de la iglesia. Esto no se debía sencillamente a que fuera necesario que alguien decidiera quién tenía razón, sino que se debía más bien al carácter mismo de lo que se debatía. Los herejes decían que las verdaderas enseñanzas de Jesús habían sido pasadas a través de algún apóstol, y que ellos eran los verdaderos depositarios de esas enseñanzas. En el caso de los gnósticos, se trataba de una supuesta tradición secreta. Según ellos, Jesús le había enseñado “la verdadera gnosis” a tal o cual apóstol, y éste a su vez se la había hecho llegar a los gnósticos.
En el caso de Marción, se trataba de los escritos de Pablo, en los cuales, después de expurgar toda referencia positiva al judaísmo, Marción creía encontrar el evangelio original. Frente a los gnósticos y a Marción, el resto de la iglesia decía poseer el evangelio original y las enseñanzas verdaderas de Jesús. Por tanto, lo que se debatía era en cierto sentido la autoridad de la iglesia frente a las pretensiones de los herejes. En tales circunstancias, el argumento de la sucesión apostólica cobró especial importancia. Lo que este argumento decía era sencillamente que, si Jesús tenía alguna enseñanza secreta que comunicarles a sus discípulos, lo más lógico sería suponer que les confiaría tal enseñanza a los mismos apóstoles a quienes les confió la dirección de la iglesia. Y, si tales apóstoles a su vez habían recibido algún secreto, sería de esperarse que se lo transmitirían, no a algún extraño, sino a las mismas personas a quienes confiaron la dirección de las iglesias que iban fundando. Por tanto, si hubiera tal enseñanza secreta, esa enseñanza no se encontraría sino entre los discípulos directos de los apóstoles, y sus sucesores.
Pero el hecho es que los jefes de las iglesias que en el día de hoy —es decir, en el siglo segundo— pueden reclamar esa sucesión apostólica niegan unánimemente que haya habido tales enseñanzas secretas. Por tanto, todo lo que pretenden los herejes al decir que poseen una tradición secreta que es superior a la de la iglesia, es falso. A fin de darle fuerza a este argumento, era necesario mostrar que los actuales obispos de las iglesias eran sucesores de los apóstoles. Esto no era del todo difícil, por cuanto en varias de las más antiguas iglesias existían listas de obispos que servían para unir el presente con el pasado apostólico. Roma, Antioquía, Éfeso y otras sedes episcopales poseían tales listas. Los historiadores dudan hoy acerca de la exactitud de los datos que esas listas nos dan, pues al parecer en algunas iglesias —Roma entre ellas— no hubo al principio obispos en el sentido moderno, sino que hubo un grupo de varios oficiales que recibían unas veces el título de “obispos” y otras el de “ancianos”. Pero en todo caso, sea a través de obispos o de otra clase de oficiales, el hecho es que la iglesia del siglo segundo podía mostrar su conexión con los apóstoles.
¿Qué entonces de aquellas iglesias fundadas después del tiempo de los apóstoles y que no podían reclamar para sí la misma sucesión? ¿No eran apostólicas? Sí lo eran, pues no se trataba aquí de que todas las iglesias pudieran mostrar su conexión directa con los apóstoles, sino que se trataba más bien de que todas concordaran en la fe, y que pudieran juntamente mostrar que esa fe les había sido enseñada por los apóstoles. En fechas posteriores, la idea de la sucesión apostólica fue llevada mucho más lejos, y se llegó a pensar que la ordenación de los ministros sólo era válida si tales ministros eran ordenados por obispos que poseían la sucesión apostólica —es decir, que de algún modo podían mostrar una línea ininterrumpida que se remontara hasta el tiempo de los apóstoles—. Pero en el siglo segundo no se trataba de esto, sino sólo de la unidad de doctrina. De hecho, la mayoría de las iglesias no podía reclamar para sí origen apostólico, pues había aparecido en lugares a donde el cristianismo había llegado por medios desconocidos. A la larga alguna de las iglesias en las ciudades más importantes —como Alejandría y Constantinopla— inventaron sus propias leyendas acerca de sus orígenes apostólicos. Pero por lo pronto lo importante era sencillamente que todas las iglesias concordasen —frente a los gnósticos y a Marción— en lo esencial de la fe, y que varias de ellas pudieran mostrar que su propia doctrina era la que los apóstoles les habían enseñado. Por otra parte, si vemos el origen de la idea de la sucesión apostólica dentro de su propio contexto, veremos que no se trataba de limitar o circunscribir el derecho a pensar o a enseñar. Frente a los herejes que decían tener una doctrina secreta que sólo ellos conocían, la iglesia señalaba hacia su doctrina, abiertamente enseñada por todos desde la época de los apóstoles. Y frente a las pretensiones de los herejes en el sentido de que sus enseñanzas se basaban sobre los secretos de tal o cual apóstol, la iglesia apelaba a la doctrina universal de todos los apóstoles.
LA IGLESIA CATÓLICA ANTIGUA
Esto es lo que quería decir en sus orígenes la frase “iglesia católica”. La palabra “católica” quiere decir “universal”; pero también quiere decir “según el todo”. En ambos sentidos, frente a los herejes, la iglesia del siglo segundo comenzó a darse el título de “católica”. Lo que esto quería decir era, en primer lugar, que se trataba de la iglesia universal. No era, como en el caso de los gnósticos, algún pequeño grupo surgido en Roma o en Alejandría, que se limitaba a unos pocos lugares. Era la iglesia que existía tanto en Roma como en Alejandría, Antioquía, Cartago, y aun allende los confines del Imperio. Y, en lo esencial de su doctrina, esa iglesia concordaba. Por otra parte, esa iglesia era también “católica” por cuanto predicaba y enseñaba el evangelio “según el todo”.
Su visión no era parcial, como la de los gnósticos o la de Marción. Entre los gnósticos, algunos decían poseer el Evangelio de Santo Tomás, mientras que otros decían conocer los secretos revelados a Santiago o a alguno otro de los apóstoles. Marción creía que sólo Pablo había interpretado el evangelio correctamente. Frente a tales visiones parciales, la iglesia opuso su visión “católica”, es decir, su visión “según el todo”. No un solo Evangelio, sino cuatro, serían la base de sus enseñanzas acerca de Jesucristo. Además de las epístolas de Pablo, su Nuevo Testamento incluiría las de otros apóstoles. Y, en lugar de basar su autoridad sobre tal o cual apóstol, la iglesia “según el todo” la basaría sobre todos los apóstoles.
Desde el punto de vista histórico, es importante comprender esto, puesto que muchos interpretan mal el propósito de la iglesia al confeccionar el canon del Nuevo Testamento, o al insistir en la sucesión apostólica. Cuando se hizo el canon, y cuando primero apareció la doctrina de la sucesión apostólica, lo que se pretendía no era promover una actitud rígida, sino todo lo contrario, es decir, responder a la rigidez de los herejes, cuyas doctrinas no eran “según el todo”. La iglesia del siglo segundo estaba consciente de que esa multiplicidad de autoridades —cuatro Evangelios, todos los apóstoles— podría traer dificultades en cuestiones de detalles, pues no todas las autoridades concordaban en todo. Pero, aun a ese precio, la iglesia prefirió ser “según el todo”, y rechazar la estrechez de los herejes.
Bibliografía
Historia del Cristianismo, Justo Gonzalez, LA RESPUESTA DE LA IGLESIA: LA SUCESIÓN APOSTÓLICA, Página 97 - 99, 140.
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