¿Porque el Domingo es el importante para adora a Dios y Escucha la Palabra de Dios? La respuesta Bíblica la tiene J.C.

 Pensamientos bíblicos del Día del Señor J. C. Ryle (1816-1900)

Aunque todos los días es el Día del Señor ¿Porque el Domingo es el importante para adora a Dios y Escucha la Palabra de Dios? ¿Este Día del Señor, el día domingo ha sido establecida y santificada por Dios para El Día único de reposo para adora a Dios con Himno y Salmos y escucha la palabra de Dios por medio la predica expositiva? La respuesta Bíblica la tiene J.C. Ryle. Comentario de DDB - RCR


Pido la atención de todos los cristianos profesantes, mientras intento decir unas pocas palabras sobre el tema del día de reposo santo. No tengo ningún argumento nuevo para anunciar. No puedo decir nada que no haya sido dicho ya, y dicho mejor, centenares de veces. Pero en una época como ésta, le corresponde a todo escritor cristiano aportar su granito de arena al tesoro de la verdad. Como siervo de Cristo, padre de familia y amante de mi patria, me siento obligado a defender la causa del domingo de antaño. Expreso enfáticamente mi sentencia usando las palabras de las Escrituras: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”. Mi consejo a todos los cristianos es que luchen con denuedo para proteger todo el día contra todos sus enemigos, tanto los de afuera como los de adentro. Vale la pena hacerlo…


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En primer lugar, consideremos la autoridad sobre la cual se basa el día de reposo. Creo que es de primordial importancia aclarar esto más allá de toda duda. Éste es el obstáculo contra el cual se estrellan muchos de los enemigos del día de reposo. Alegan que el día es “simplemente una ordenanza judía” y que no tienen la obligación de santificarlo como tampoco la tienen de ofrecer sacrificios. Proclaman al mundo que la observancia del Día del Señor no se basa más que en la autoridad de la Iglesia y no de la Palabra de Dios.

Ahora bien, yo creo que los que dicen cosas así están totalmente equivocados. A pesar de lo amable y respetable que son muchos de ellos, en este aspecto los considero completamente equivocados. En este caso, sus nombres no tienen ningún peso para mí. No es la declaración de cien teólogos —vivos o muertos— que me puedan hacer creer que lo negro es blanco o rechazar las evidencias de textos indubitables de las Escrituras… La pregunta crucial es: “¿Tienen mérito sus pensamientos? ¿Son correctos o incorrectos?”.

Mi propia y firme convicción es que la observancia del Día del Señor es parte de la Ley eterna de Dios. No es simplemente una ordenanza judía temporal. No es una institución humana por influencia o por obra de alguna curia. No es una imposición desautorizada de la iglesia. Es una de las reglas eternas que Dios ha revelado para la conducción de toda la humanidad. Es una regla que muchas naciones sin la Biblia han ignorado o descartado, al igual que otras reglas, bajo las necedades de la superstición y el paganismo. A pesar de esto, es una regla obligatoria establecida para todos los hijos de Adán.
¿Qué dicen las Escrituras? Al final de cuentas, esto es lo que importa. La opinión pública y lo que los periodistas piensan poco importa. No vamos a comparecer ante un tribunal humano cuando muramos. El que nos juzga es el Señor Dios de la Biblia. ¿Qué dice el Señor?

1. Consideremos la historia de la creación. Leemos allí: “Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Gn. 2:3). Encontramos que el día de reposo es mencionado en el principio de todas las cosas. Al padre de la raza humana le fueron dadas cinco cosas el día que fue creado. Dios le dio una morada, una obra para realizar, un mandato para obedecer, una ayuda idónea para ser su compañera y un día de reposo para guardar. Me es totalmente imposible creer que Dios pensara alguna vez en un tiempo en que los hijos de Adán no debieran guardar el día de reposo.

2. Consideremos la Ley que fue dada en el Monte Sinaí. Leemos allí que un mandamiento entero de entre los diez, fue dedicado al Día del Señor y que éste es el más largo, más completo y más detallado de todos (Éx. 20:8-11). Notemos una distinción clara y amplia entre estos Diez Mandamientos y todos los demás que componen la Ley de Moisés. Fue la única parte hablada en presencia de todo el pueblo y, después que Dios la dijo, el libro de Deuteronomio afirma expresamente: “y no añadió más” (Dt. 5:22). El anuncio fue bajo circunstancias de singular solemnidad y acompañado de truenos, rayos y un terremoto. Fue la única parte en las tablas de piedra escrita por Dios mismo. Fue la única parte colocada dentro del arca. Encontramos la ley acerca del día de reposo lado a lado con la ley sobre idolatría, homicidio, adulterio, hurto y las demás. Me es totalmente imposible creer que esto tuvo la intención de ser sólo una obligación temporal.

3. Consideremos las escrituras de los profetas del Antiguo Testamento. Encontramos que hablan repetidamente de quebrantar el día de reposo junto con las transgresiones más horrorosas de la Ley Moral (Ez. 20:13, 16, 24; 22:8, 26). Las encontramos hablando de él como uno de los grandes pecados que trajo castigo sobre Israel y llevó a los judíos al cautiverio (Neh. 13:18; Jer. 17:19-27). Resulta claro que el día de reposo, según ellos, era mucho más importante que las purificaciones de la Ley Ceremonial. Me es totalmente imposible creer, cuando leo sus palabras, que el Cuarto Mandamiento fuera una de esas cosas que un día desaparecería.

4. Consideremos las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo cuando estuvo en esta tierra. Por más que busquemos, nos sería imposible encontrar que nuestro Salvador alguna vez pronunciara una palabra que desacreditara uno de los Diez Mandamientos. Al contrario, declaró en los inicios de sus ministerio que no había venido para “abrogar la ley o los profetas… sino para cumplir” y el contexto del pasaje donde usa estas palabras no deja ninguna duda de que no está hablando de la ley ceremonial, sino la moral (Mt. 5:17). Habla de los Diez Mandamientos como una norma moral de lo bueno y lo malo: “Los mandamientos sabes” (Mr. 10:19). Habla once veces sobre el tema del día de reposo, pero es siempre para corregir los agregados supersticiosos que los fariseos le habían hecho a la Ley de Moisés acerca de su observancia y nunca para negar la santidad del día. No abroga la ley, así como el hombre que saca el musgo y la hierba del techo de su casa no la está destruyendo. Sobre todo, vemos a nuestro Salvador dando por hecho la continuación del día de reposo cuando predice la destrucción de Jerusalén. Le dice a sus discípulos: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo” (Mt. 24:20). Me es totalmente imposible creer, cuando veo todo esto, que el Señor no hubiera querido que el Cuarto Mandamiento fuera tan aplicable a los cristianos como los otros nueve.

5. Consideremos los escritos de los apóstoles. Vemos que estos contienen palabras claras acerca de la naturaleza temporal de la ley ceremonial y sus sacrificios y ordenanzas. Estos son llamados “carnales” y “débiles” y “sombra de los bienes venideros” (He. 10:1), “nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gá. 3:24) y prácticas “impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas” (He. 9:10). En cambio, no encontramos ni una sílaba en sus escritos que enseñe que alguno de los Diez Mandamientos haya dejado de tener vigencia. Al contrario, vemos a Pablo hablando de la Ley Moral con sumo respeto, aunque enseña irrefutablemente que ésta no puede justificarnos delante de Dios. Cuando les enseña a los efesios el deber de los hijos para con sus padres, sencillamente cita el quinto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa” (Ro. 7:12; Ef. 6:2; 1 Ti. 1:8). Vemos a Santiago y a Juan reconociendo a la Ley Moral como una regla aceptada y acreditada entre los destinatarios de sus cartas (Stg. 2:10; 1 Jn. 3:4). Una vez más digo que me es totalmente imposible creer que cuando los apóstoles hablaban de la Ley, se referían sólo a los nueve mandamientos y no a los diez.

6. Consideremos la práctica de los apóstoles cuando estaban ocupados en plantar la Iglesia de Cristo. Encontramos una mención explícita de que los creyentes guarden un día de la semana como un día santo (Hch. 20:7; 1 Co. 16:2). Vemos que uno de ellos se refirió a ese día como “día del Señor” (Ap. 1:10). Sin duda, habían cambiado el día: Ahora era el primer día de la semana en memoria de la resurrección de nuestro Señor, en lugar del séptimo; pero estoy convencido de que los apóstoles fueron divinamente inspirados para realizar ese cambio y, a la vez, guiados sabiamente a no emitir un decreto público al respecto4. El decreto no hubiera hecho más que causar agitación en la mentalidad judía y los hubiera ofendido sin necesidad; era mejor hacer la transición gradualmente sin forzar la conciencia de los hermanos débiles. El cambio no interfirió en lo más mínimo con el espíritu del cuarto mandamiento: El Día del Señor observado el primer día de la semana, era tan día de reposo después de seis días de trabajo, como lo había sido el séptimo día. Pero que el Apóstol dijera con tanta firmeza que era “el primer día de la semana” y el “Día del Señor”, si los apóstoles no consideraban un día más santo que otro, me resultaría totalmente inexplicable.

7. Consideremos, en último lugar, las páginas de profecías todavía no cumplidas. Encontramos que hay una predicción clara de que en los últimos días, cuando el conocimiento del Señor cubra la tierra, seguirá habiendo un Día del Señor. “Y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Is. 66:23). Sin duda que el tema de esta profecía es profundo. No pretendo decir que puedo comprender todos sus componentes, pero una cosa es segura: en los días gloriosos que vendrán sobre la tierra, habrá un Día del Señor y, no para los judíos solamente, sino para “toda carne”. Y cuando veo esto, me es totalmente imposible creer que Dios quiso decir que el día de reposo santo dejaría de ser entre la primera y la segunda venida de Cristo. Estoy convencido de que quiso decir que es una ordenanza eterna en su Iglesia.

Prestemos seria atención a estos argumentos de las Escrituras. Me resulta muy claro que, dondequiera que Dios tenía una iglesia en los tiempos bíblicos, tenía también un Día del Señor. Estoy firmemente convencido de que una iglesia sin un Día del Señor no es una iglesia según el modelo de las Escrituras.
Concluiré esta parte del tema dando dos advertencias que considero son indispensables por las tendencias de estos tiempos.

En primer lugar, tengamos cuidado de no restarle importancia al Antiguo Testamento. Ha surgido en los últimos años la lamentable tendencia de despreciar y detestar cualquier tema religioso, cuya fuente es el Antiguo Testamento y, tildar de tenebroso, ignorante y anticuado al que lo usa. No olvidemos que el Antiguo Testamento es tan inspirado como el Nuevo y que la fe cristiana, de ambos es, en lo principal y en su raíz, una misma cosa. El Antiguo Testamento es el evangelio como un capullo, el Nuevo es la flor en su plenitud. El Antiguo Testamento es el evangelio como un retoño; el Nuevo es como fruto en plena madurez. Los santos del Antiguo Testamento veían mucho a través de un vidrio oscuro, pero veían al mismo Cristo por fe y eran guiados por el mismo Espíritu que nosotros. Por lo tanto, no escuchemos nunca a los que se burlan de los argumentos del Antiguo Testamento. Mucha de la infidelidad comienza con un desprecio ignorante del Antiguo Testamento.

Además, cuidémonos de no despreciar la ley de los Diez Mandamientos. Me duele observar qué superficiales y sin fundamento son las opiniones de muchos en cuanto a este tema. Me he sentido consternado ante la indiferencia con que, aun los pastores, hablan de ellos como una parte del judaísmo y los clasifican junto con los sacrificios y la circuncisión. ¡Me pregunto cómo pueden estos señores leérselos todas las semanas a sus congregaciones! Por mi parte, estoy convencido de que la venida del evangelio de Cristo no alteró ni un ápice la posición de los Diez Mandamientos. En todo caso, más bien exaltó y elevó su autoridad. Estoy convencido de que, en su debido lugar y proporción, es tan importante hablar de ellos y hacerlos cumplir, como predicar a Cristo crucificado. Por ellos tenemos conocimiento del pecado. Por ellos, el Espíritu enseña a los hombres la necesidad de un Salvador. Por ellos, el Señor Jesús enseña a su pueblo a andar con Dios y agradarlo. Creo que sería bueno que la Iglesia predicara los Diez Mandamientos desde el púlpito con más frecuencia de lo que lo hace. En conclusión, me temo que se puede atribuir mucha de la ignorancia actual sobre el Día del Señor a los conceptos erróneos sobre el Cuarto Mandamiento.

Tomado de “The Sabbath” (El día de reposo cristiano) en Knots Untied (Nudos desatados), de dominio público.
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J. C. Ryle (1816-1900): Obispo y autor anglicano inglés; nacido en Macclesfield, Condado de Cheshire, Inglaterra.

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