La Educación Cristiana Reformada
La Educación Cristiano de los Padres hacia los Hijos
“Cuando los padres de familia y aquellos que tienen cierta preeminencia se preparan para enseñar, no deben ser presuntuosos y pensar: “Esto me parece bien a mí”, e intentar que todos se sujeten a su opinión y sus conceptos. “¿Cómo?” “¿Enseñaré lo que aprendí de Dios en su escuela?”.
Lo que debemos recordar de este pasaje es, en resumen, que nadie será jamás un buen maestro, a menos que sea alumno de Dios. Por tanto, que no haya una autoridad docente que promueva lo que inventamos y aquello que nuestra mente proponga, sino aprendamos de Dios para que sea Él quien domine y el único que tenga toda preeminencia; que tanto grandes como pequeños lleguen a la conformidad con Él y le obedezcan. Así, hemos tratado ya este tipo de instrucción.
En aquel tiempo no había ley escrita y mucho menos Evangelio; sin embargo, Abraham conocía la voluntad de Dios hasta el punto necesario. De modo que el patriarca no disponía de las Escrituras, pero aun así no se atrevió ni intentó establecer leyes a su gusto. Más bien, él le pide solamente a Dios que gobierne y que les muestre el camino a todos los demás y que los guíe porque él no desea que su consejo sea “vayamos por el camino que yo digo”, sino “les estoy enseñando lo que he aprendido de Dios. A Él sea todo el dominio y sea yo maestro sólo si hablo como por su boca”. Éste es el segundo punto que debemos recordar aquí.
De manera que lo que debemos observar aquí, es que quienes son cabezas de familia deben pasar por la dificultad de ser instruidos en la Palabra de Dios, si quieren poder realizar su deber. Si son necios, si desconocen los principios básicos de la doctrina o de su fe y no conocen los mandamientos de Dios o cómo ofrecer su oración a Él, o cuál es el camino de la salvación, ¿cómo instruirán a sus familias? Tanto más, deben pensar quienes son esposos y tienen una familia, una casa que gobernar: “Debo establecer mi lección en su Palabra para que yo, no sólo intente gobernarme a mí mismo según su voluntad, sino que también aporte a ella, al mismo tiempo, a los que están bajo mi autoridad y mi dirección”.
Juan Calvino
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